Prisma ODS Revista Científica Multidisciplinar
Volumen 4, Número 2 - Año 2025
Página | 99
Desde la mirada del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, 2020), tampoco
puede haber educación de calidad sin bienestar emocional. Aprender requiere sentirse
escuchado y valorado. Por eso, el aprendizaje no puede separarse de la experiencia afectiva
que lo acompaña. Escuelas que promuevan valores como la empatía, habilidades como la
resiliencia, sensibilización de la salud mental y puesta en práctica de la cohesión social, serían
ejemplo de este actuar educativo.
En el ámbito académico, varios autores han venido recordando algo que parece obvio, pero que
a veces se olvida. Tedesco (2000) y Torres (2001) ya advertían que la calidad educativa no
puede reducirse a la eficiencia técnica ni a la consecución de metas numéricas. Biesta (2015,
2021) ha insistido en que cuando la educación se convierte en un sistema de mediciones pierde
su sentido más profundo: el de formar personas capaces de comprender el mundo y
transformarlo. Hargreaves y Shirley (2022) también colocan el bienestar en el centro del
debate, recordando que, sin salud emocional, ninguna reforma educativa tiene futuro.
Fullan y Gallagher (2020) agregan que la verdadera mejora educativa surge cuando se
equilibran la equidad, la excelencia y el bienestar, no cuando una se impone sobre las otras.
Sahlberg (2021) lo muestra de forma sencilla con el ejemplo finlandés: cuando se confía en los
docentes y se les da autonomía, el aula florece. Zhao (2020), por su parte, plantea que educar
con calidad es enseñar a pensar, a crear y a adaptarse, no solo a cumplir estándares.
En el fondo, todo apunta a lo mismo: una escuela puede alcanzar todas sus metas y aun así
fallar en su tarea más importante, la de acompañar el crecimiento humano. La calidad, en última
instancia, se juega ahí, en ese espacio invisible donde alguien enseña y alguien aprende, y
ambos se transforman un poco en el proceso.
Por eso, cuando el ODS 4 habla de “educación de calidad”, debemos leer también entre líneas:
educar con calidad implica educar con emoción. Significa enseñar a pensar y sentir, a convivir
y cuidar, y claro, desde una postura socioambiental. Además, una educación de calidad será
aquella en la que el estudiantado deje de ser sujeto pasivo, y se vuelva activo de su propio
aprendizaje. Una educación verdaderamente de calidad no se mide solo en logros; se mide en
la capacidad de transformar vidas.
Hacia una educación emocionalmente sostenible
Considerando esta necesidad de ampliar las metas actuales al marco de las Naciones Unidas
rumbo al 2030, se proponen cuatro criterios transversales que pueden ayudar a orientar políticas
y prácticas, en busca de una educación verdaderamente de calidad: